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1142. A mi abuelo, Fabián Valencia Lerga

Sabemos que el silencio absuelve a los verdugos. Los nietos de aquella generación que fue víctima de una represión institucionalizada, no hemos querido aprender de nuestros padres los silencios, y aunque al igual que ellos el sufrimiento nos acompañe, queremos recordar.

Ha llegado a nuestras manos el relato de Olga, nieta de Fabián Valencia, asesinado en Tafalla hace 78 años, el 21 de octubre de 1936.

Cuarenta y un años despúes, ella misma sacó de la tierra donde habían sido arrojados, los restos de su abuelo. Las imágenes que acompañan a este texto hablan por si solas.

No, los nietos no olvidamos. Queremos saber la verdad, queremos Justicia y reparación del daño.

Nunca alcanzaremos un Estado realmente democrático mientras que no se reconozca y repare el daño, mientras no rescatemos los cuerpos que yacen en las todas las fosas y dignifiquemos la memoria de los represaliados, mientras no obtengamos una condena de las atrocidades del régimen de Franco, mientras que los franquistas sigan viviendo en la impunidad.



*


A mi abuelo.

Ese 12 de Octubre de 1936, unos días antes de ese fatídico 21 de Octubre en la «fiesta de la raza» en Salamanca, Millán Astray gritaba «muera la inteligencia» y «viva la muerte».  Fue la antesala de lo que iba y estaba sucediendo a la joven democracia Española a la que no dejaron desarrollarse por la mezquindad de los mediocres. 

Mi abuelo Fabián Valencia Lerga (21 Enero 1903), de profesión albañil lo sacaron de su casa y fue encarcelado en Julio del 36 sin ningún motivo, dejando a su mujer Claudia embarazada de 8 meses y a su hija Isabel de 2 años. Mi madre nació un 16 de Septiembre de 1936 y lo que primero pensó mi abuela Claudia fue llevar a su niña a la cárcel a que su padre la conociera. Le negaron la entrada porque iba con esa criaturita. Sin otro pensamiento en aquellos momentos tan duros y dolorosos, se fue a la parte trasera de la cárcel donde había un pinar y levantando el bultito hacia la cárcel esperaba que su marido fuera capaz de ver a su nueva hija. La doble desgracia es que mi madre jamás conoció a su padre ni tampoco su padre la conoció a ella.

Todo empezó un 18 de octubre cuando se celebraba el funeral del teniente Castiella del ejército sublevado y muerto en el frente. La homilía del sacerdote invitaba a sublevarse contra los presos con estas palabras “….estos honrados hijos del pueblo, defensores de la Patria y la Religión, están muriendo en el frente y los enemigos de la Patria y de la Iglesia siguen vivos”. Se organizó una manifestación amenazante hacia la cárcel donde querían sacar a los presos y quemarlos vivos. Entre los carlistas y falangistas de uniforme se sumaron los matones a sueldo. Frustrado el linchamiento, los carlistas en su mayoría se dirigieron a las autoridades para conseguir los permisos de fusilamiento aludiendo al clamor popular que así lo pedía.

Dos días más tarde comunicaron a los presos que les iban a trasladar a Burgos y que no se acostaran. La orden iba firmada por el General Solchaga. A las dos y media de la mañana del 21 de octubre un numeroso grupo de requetés de Pamplona llego a la cárcel y leyeron la lista de los que iban a ser “trasladados”. En total se contabilizaron 64 personas de los cuales 27 eran de Tafalla y entre ellos estaba mi abuelo Fabián (33 años). Llenaron dos autobuses de la Tafallesa y al ver que los autobuses se desviaban de Pamplona tomando dirección a Monreal algunos forcejearon. Cuando llegaron en el paraje llamado “la Tejeria” habían ya preparadas varias fosas. Los sacaron en grupos, atados con alambre por parejas, mientras varios curas daban la confesión (¡malditos todos!). Tras asesinarlos, un requeté supuestamente les daba el tiro de gracia tirándolos a continuación a las fosas. Acabada la matanza los cuerpos fueron cubiertos con una capa de cal y enterrados por los horrorizados vecinos, a quienes se les obligo a participar. Cuando se localizaron las fosas y se sacaron los huesos 41 años después, estos seguían impregnados de esa cal, y muy poquitas calaveras tenían ese tiro de gracia. Doy crédito de lo que vi pues ayude a sacar a mi abuelo. 

Hubo 502 fusilados en toda la Merindad y al menos 3.162 en todo Navarra un lugar donde no hubo nunca “frente de guerra” al triunfar el golpe desde el primer día, sin hablar de las viudas a las que se las hacia ingerir aceite de ricino y se las rapaban la cabeza. Mi abuela Claudia no sufrió esa humillación y todavía no sabemos por qué.

No quiero remover heridas pero tampoco quiero dejar mi pasado en el olvido. La “memoria histórica” molesta a los franquistas convertidos en demócratas. En Navarra esta derecha criminal sembró las cunetas de asesinados y lo peor es que nunca fueron juzgados por esos crímenes (entre otros el “Chato de Berbinzana”) y encima esos “demócratas” quieren que sigamos callados.  ¡Ya está bien!!!


Olga Uyarra













2 comentarios:

  1. Gracias por publicar este relato. Dignidad y justicia para nuestros familiares represaliados!

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    1. El blog está a disposición de todos aquellos que quieran contarnos la historia de sus familiares represaliados. Nos encantaría sacar del anonimatos al mayor número posible de víctimas. Ese es nuestro objetivo.

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