Lo Último

605. La rendición de Madrid

Prada y Matallana rindiendo el Ejército del Centro al coronel Losas


María Torres - Marzo 2013

Después de tanta lucha, Madrid se rindió. Nunca fue tomada, se entregó sin resistencia.

Eran las trece horas de un frío martes 28 de marzo de 1939, en las ruinas del Hospital Clínico de la Ciudad Universitaria cuando el coronel republicano Adolfo Prada Vaquero, recientemente nombrado por Casado Jefe del Ejército del Centro, junto a miembros de su Cuartel General, presentaba la rendición formal ante el coronel franquista Eduardo Losas, Jefe de la 16 División, vestido con chilaba.

Tras la rendición de la plaza, Losas ordenó que atendieran a los militares republicanos en el Hogar del Soldado instalado en la Escuela de Arquitectura, pues según confesó días más tarde, se encontraban desechos física y moralmente.

Horas después las tropas del coronel Espinosa de los Monteros, Jefe del primer Cuerpo del Ejército, entraron en Madrid. Los primeros en llegar fueron tropas moras al grito de "Viva Franco", "Arriba España".

Eran  las cuatro de la tarde cuando desde los micrófonos de Unión Radio en la Gran Vía madrileña el coronel Eduardo Losas, nombrado después Gobernador Militar de Madrid, comunicaba la noticia: "Quiero gritar con todos los españoles que me escucháis, españoles de nuestra península y españoles del mundo entero, para que se enteren todos, que en la capital de España ondea ya nuestra bandera y que con el mayor entusiasmo todos gritemos ¡Viva España! ¡Viva en Generalísimo! ¡Arriba España".

Apenas unas horas antes, la noche del 27,  el Consejo Nacional de Defensa emitía por radio su último comunicado, pidiendo a los madrileños "calma, orden y acatamiento de la autoridad".

Lo que ocurrió después del 28 de marzo de 1939, ya lo sabemos: La huida, el miedo, el exilio, la represión, la muerte. 







604. En la muerte de Miguel Hernández




 I


No lo sé. Fue sin música.

Tus grandes ojos azules

abiertos se quedaron bajo el vacío ignorante,

cielo de losa oscura,

masa total que lenta desciende y te aboveda,

cuerpo tú solo, inmenso,

único hoy en la Tierra,

que contigo apretado por los soles escapa.


Tumba estelar que los espacios ruedas

con sólo él, con su cuerpo acabado.

Tierra caliente que con sus solos huesos

vuelas así, desdeñando a los hombres.

¡Huye! ¡Escapa! No hay nadie;

sólo hoy su inmensa pesantez da sentido,

Tierra, a tu giro por los astros amantes.

Sólo esa Luna que en la noche aún insiste

contemplará la montaña de vida.


Loca, amorosa, en tu seno le llevas,

Tierra, oh Piedad que, sin mantos, le ofreces.

Oh soledad de los cielos. Las luces

sólo su cuerpo funeral hoy alumbran.


II


No, ni una sola mirada de un hombre

ponga su vidrio sobre el mármol celeste.

No le toquéis. No podríais. Él supo,

sólo él supo. Carne sólo para amor. Vida sólo

por amor. Sí, que los ríos

apresuren su curso; que el agua

se haga sangre; que la orilla

su verdor acumule; que el empuje

hacia el mar sea hacia ti, cuerpo augusto,

cuerpo noble de luz que te diste crujiendo

con amor, como tierra, como roca, cual grito

de fusión, como rayo repentino que a un pecho

total único del vivir acertase.


Nadie, nadie. Ni un hombre. Esas manos

apretaron día a día su garganta estelar. Sofocaron

ese caño de luz que a los hombres bañaba.

Esa gloria rompiente, generosa que un día

revelara a los hombres su destino; que habló

como flor, como mar, como pluma, cual astro.

Sí, esconded la cabeza. Ahora hundidla

entre tierra, una tumba para el negro pensamiento cavaos,

y morder entre tierra las manos, las uñas, los dedos

con que todos ahogasteis su fragante vivir.


III


Nadie gemirá nunca bastante.

Tu hermoso corazón nacido para amar

murió, fue muerto, muerto, acabado, cruelmente acuchillado de odio.

¡Ah!, ¿quién dijo que el hombre ama?

¿Quién hizo esperar un día amor sobre la Tierra?

¿Quién dijo que las almas esperan el amor y a su sombra florecen?

¿Que su melodioso canto existe para los oídos de los hombres


Tierra ligera, ¡vuela!

Vuela tú sola y huye.

Huye así de los hombres, despeñados, perdidos,

ciegos restos del odio, catarata de cuerpos

crueles que tú, bella, desdeñando hoy arrojas.

Huye hermosa, lograda,

por el celeste espacio con tu tesoro a solas.

Su pesantez, el seno de tu vivir sidéreo

da sentido, y sus bellos miembros lúcidos para siempre

inmortales sostienes para la luz sin hombre.


Vicente Aleixandre






603. Maria Teresa León habla de Miguel Hernández

“...Hay que acudir al cuidado de los recuerdos. ¿Qué sería de la vida vivida si los abandonásemos? Recuerdo que Miguel Hernández apenas contestó a nuestro abrazo cuando nos separamos en Madrid. Le habíamos llamado para explicarle nuestra conversación con Carlos Morla, encargado de Negocios de Chile. Miguel se ensombreció al oirlo, acentuó su cara cerrada y respondió: “Yo no me refugiaré jamás en una embajada. Me vuelvo al frente”. Nosotros insistíamos: “ya sabes que tu nombre está entre los quince o dieciséis intelectuales que Pablo Neruda ha conseguido de su Gobierno que tengan derecho de asilo”. Miguel se ensombreció aún más. “¿Y vosotros?”, nos preguntó. “Nosotros tampoco nos asilaremos. Nos vamos a Elda con Hidalgo de Cisneros”. Miguel dio un portazo y desapareció.

La escena fue ésta: Carlos Morla, cariñoso y casi balbuciente, nos había insistido: “la guerra ha terminado. Ya los ingleses han tomado contacto con los dos campos para hacer la paz. Es necesario, para terminar con la tensión internacional, concluir con la guerra de España. Figuraos lo que yo lo siento, pero es así. Mi gobierno os ofrece asilo”.. “Gracias, gracias por la limosna”, murmuramos. Nos abrazó. No entendía bien por qué nosotros rechazábamos su ayuda. Puede que sintiese piedad, estaba conmovido, conmovido sobre sí mismo porque a él también se le cerraban los años claros de la amistad perfecta con aquel grupo luminoso de escritores y artistas de España. Ya Bebé Morla no abriría su salón de hermosa mujer inteligente para que Federico leyese una obra suya o cantase o riese; para que la confesión, el entierro de Hindenburg... Cuando aquella mañana Carlos Morla llegó a nuestra casa de la calle Velázquez, el encargado de borrar de las pizarras de la vida las horas hermosas de los hombres, había pasado su mano inexorable sobre varios años del más feliz momento de la inteligencia española.

Miguel iba a desaparecer también como había desaparecido Federico. Sentí mucha pena. Pocos días antes yo había discutido violentamente con él: “No tienes ningún derecho a hablar así de una mujer y extender ese juicio a todas las mujeres de la Alianza. Eso no es de hombres”. A la contestación suya, yo le pequé una bofetada.

Antonio Aparicio y Rafael se precipitaron. ¡Qué absurdo! Los ojos de Miguel se habían empequeñecido. La última vez que los vi a la puerta de la Alianza de Intelectuales eran aún más pequeños.

Cañoneaban Madrid. Miguel Hernández, la cabeza rapada, todo sacudido por una rabiosa decisión, nos repitió: “Me voy al frente”. “No olvides lo que dijo Carlos Morla”. Miguel era como un fruto de la tierra. Cuando llegó a Madrid traía de cualquier cosa. Nuestro primer encuentro no pareció alegrarle mucho. Tal vez porque éramos de la revista “Octubre”, un grupo de descontentos sociales, tal vez porque los amigos le indicaran que era mejor vernos poco. No sé, pero la realidad fue que un día Miguel Hernández llamó a nuestra puerta de la casa de Marqués de Urquijo, descompuesto y verde de ira. ¿Qué te ocurre, Miguel? Cuando se tranquilizó un poco, nos contó su primera experiencia con los defensores del orden establecido.

Miguel, aquella mañana, se había paseado mientras escribía por las orillas del Henares. Hay allí silencio de égloga, árboles. Es un lugar, en fin, donde la soledad se acerca a los poetas para protegerlos de ruidos y de extraños. Miguel escribía sabe Dios qué en aquel momento y era feliz, pues así de aislada había sido su vida campesina y así de solo había iniciado su camino de hombre, guardando las cabras de la casa paterna.

Pues bien, en ese sotillo junto a las riberas del Henares, lugar tan cercano a la docta Alcalá de Henares, no era posible pasearse ni sentarse ni mirar la corriente sin que la guardia civil caminera no sospechase del gato encerrado de la revolución capaz de colarse por cualquier agujero. Le dieron el alto. Miguel comprendió mal. Corrió. Insistieron. Se resistió. ¿Qué llevas ahí? Versos. ¿Versos?, le contestaron agresivos y burlones. Le arrancaron de las manos los papeles. Los insultó. Le golpearon, le amenazaron con la culata de los fusiles. Cuando lo dejaron marchar, ya no quedaban ni paz del río, ni soledad sonora ni canto de pájaro, solamente los horribles guardias civiles en sus ojos, esos que no lloran porque Federico García Lorca adivinó que esos tienen “de plomo las calaveras”. Puede que todo durara poco tiempo, pero le bastó a Miguel para rebelarse. Por eso, cuando corrió hacia Madrid, llamó en nuestra casa. Venía a decirnos: “Estoy con vosotros. Lo he comprendido todo”.


María Teresa León
Memoria de la melancolía



*


La historia de la bofetada de María Teresa León a Miguel Hernández:

Miguel Hernández nunca entendió que mientras él y otros muchos estaban jugándose la vida en las trincheras, María Teresa, Alberti y otros intelectuales organizasen una fiesta en la Alianza de intelectuales. El día de la fiesta, al llegar a la sede de la Alianza, Miguel se aproximó a Rafael Alberti y le dijo: “Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta”. Parece ser que Alberti le animó que se atreviera a decirlo en voz alta, pero Miguel se limitó a escribirlo en una pizarra. Fue en ese momento cuando María Teresa León le dio tal bofetada que acabó con el poeta en el suelo.








602. El devenir irónico y trágico del poeta




Con veintiún años se fue Miguel Hernández a probar fortuna a Madrid, sin poder imaginar el largo calvario de cárceles en que se vería finalmente atrapado.


PATRICIO PEÑALVER | laverdad.es |

Cuando Miguel el día 30 de noviembre de 1931 con veintiún años toma el camino de Madrid con poco más de doscientas pesetas, un millar de versos sin publicar, y un millón de ilusiones en sus bolsillos, ya ha tomado la determinación de triunfar en la capital, después de abandonar sus labores de cabrero, y ya ha decidido que a partir de esos momentos su oficio será el de escritor. Así se lo comunica previamente a su idolatrado Juan Ramón Jiménez: “Soñador, como tantos, quiero ir a Madrid. Abandonaré las cabras— ¡Oh, esa esquila de la tarde!—y con el escaso cobre que puedan darme tomaré el tren de aquí a una quincena de días para la corte”.

El poeta llega a la capital republicana y se encuentra con el bullicio de sus gentes, entre cláxones, sonidos de tranvía, y el trepidante ritmo urbano le produce un cierto desasosiego: “Madrid no es como yo lo soñaba. No me ha causado ninguna impresión grata. Tal vez porque está hoy sin sol. Hace mucho frío, las manos las tengo muy heladas, y no he dormido en toda la noche”.

Una vez alojado en la pensión de la calle Costanilla de los Ángeles que le ha sugerido su amigo Alfredo Serna, muy pronto se pone manos a la obra y comienza a ejecutar el plan pergeñado: la primera visita la realizará a la casa de Concha de Albornoz, hija del ministro de Justicia, con la recomendación de la carta que lleva del alcalde de Orihuela, José Martínez Arenas, para pedirle que le busque algún empleo. Después visita a Ernesto Giménez Caballero con la intención de que lo promocione en la prensa.

El poeta henchido de quimeras, durante varias semanas, no cesa en su empeño de encontrar un medio de subsistencia llamando de puerta en puerta pero la suerte no le es propicia, mientras el poco dinero que conserva se va evaporando. Después de un mes y medio, por fin, Giménez Caballero en su crónica del Robinsón coloca las notas más pintorescas de Hernández: “Llego a mi casa el pastor poeta. Me fijé en su cara y en sus manos. Su cara, muy ancha y cigomática, clara, serena y violenta, de ojos extraordinarios azules. Sus manos fuertes, camperas y tímidas. Y le sometí a un interrogatorio de Juzgado de municipal”. Para adornar la presunta rusticidad del oriolano, el cronista, elige un poema menor: “En cuclillas ordeño/ una cabrita y un sueño”. Y para concluir le espeta, el Robinsón: “Pero hombre, ¿qué hace usted en Madrid vestido de gabán tan señorito? A lo que contesta, Miguel: “Ya ve, quiero trabajar, colocarme en algo, sea como sea. Me vine con mis ahorrillos, aquello es muy estrecho, la Oleza de Miró”.

Miguel Hernández envuelto en la contradicción de tener que presentarse como cabrero observa una y otra vez como resaltan más esta condición pintoresca que las de sus poemas. Sin embargo, en su objetivo de conseguir esa repercusión en la prensa de la capital que le facilite una carta de presentación para pedir una beca en el ayuntamiento de Orihuela o en la Diputación de Alicante, que le permita tranquilamente escribir, prosigue sin dar su brazo a torcer a pesar de las penurias que le acechan.


Tres meses

Cuando está a punto de cumplir tres meses de estancia, por fin recibe otra alegría con el reportaje que le dedica Federico Martínez Corbalán en la revista Estampa, titulado: “El cabrero poeta y el muchacho dramaturgo”. Ahí vemos a Miguel con su único abrigo, traje y corbata.

El joven Hernández ya ha comprobado que no es tan sencillo entrar en las selectas tertulias de poetas e intelectuales en las que impera un refinado academicismo no apto para autodidactas sin padrino. A pesar de todos los inconvenientes el poeta mantiene su vigor y su sentido irónico del humor, acude a la Biblioteca Nacional para empaparse de literatura y sigue componiendo versos, inasequible al desaliento, a la espera de un milagro pecuniario que no llega. La situación comienza a ser dramática, un 22 de marzo le escribe, a Ramón Sijé: “Madrid es cruel…Acabo de llegar a casa perdido, con los pies destrozados. Desde las dos de la tarde andando con estos zapatos, los únicos, y rotos y lleno de agujeros. Fui a estación de Atocha a recoger dos cajas de naranjas que me han mandado mi madre y mi hermana para la señora Albornoz; con ellas al hombro me he encaminado hasta ese sitio; si hubiese tenido al menos quince céntimos hubiese evitado la distancia desde la estación hasta la casa; la hubiese salvado en un tranvía, pero no tenía ni esa miseria”.

Definitivamente, en mayo, la realidad de su miseria económica le hiela los sueños y Miguel decide retornar con las ilusiones rotas, aunque cargado con las nuevas tendencias poéticas de la corte y con la experiencia vital de lo vivido. La mala suerte en forma de ironía se ceba con el poeta, a su regreso, que para ahorrarse el dinero que previamente ha pedido, toma un billete gratuito de un amigo a nombre de otro y le detienen. Desde Alcázar de S. Juan le escribe, a Sijé: “Me dicen que soy un estafador, que suplanto la personalidad de otro; me escarban todos los bolsillos; me insultan y me avergüenza cien veces, y cuando llega el tren a Alcázar de San Juan, me hacen descender del tren y entrar en la cárcel escoltado, no por dos imponentes guardias civiles, por dos ridículos serenos viejos y socarrones”. Después de dormir esa noche en la cárcel, y otra en el Bar La Alegría, le llegarían la setenta pesetas que había pedido por telegrama a sus amigos. ¿Lo que no podía el poeta intuir es que esa cárcel no sería la última que pisara?


Vuelta a Orihuela

El poeta ya está en Orihuela y no quiere volver a trabajar de cabrero, de momento se va apañando con la actividad de mecanógrafo en Tejidos Marín (padre de Sijé) y más tarde en una notaría y se vuelca en la escritura con mayor ahínco. Una y otra vez, remueve el cielo con la tierra; al canónigo de Orihuela, Luis, Almarcha, aún no lo visita y sí le escribe: “Yo me ahogo en mi casa. Me dicen que no hago nada. Y yo no respondo que en los seis meses que no hago “nada” he hecho más que nunca (dar un salto enorme en la poesía, leer mucho libros y preparar uno para dentro de unos días), porque, ¿para qué? Ellos no sabrán nunca que leer y hacer versos e inclinarse sobre la tierra, sobre las cabras, son la misma cosa y para leer y hacer versos, como para trabajar es necesario ¿verdad? amor”. Y le pide a Almarcha que interceda para pedir una beca en la Escuela de Periodismo del periódico Debate.

Y vuelve a la carga con José Martínez Arenas, que ahora es diputado: “Y que más podrá hacer por mí usted que me prometió “algo” para cuando fuera “algo”. Ya sabe que no quiero subvenciones ni enchufes de ninguna clase. Quiero “algo” que me lo gane con mi trabajo ahí si no es posible aquí”. Sin embargo, el poeta de momento no consiguió gran cosa, hasta que a principios de enero de 1933, con la ayuda económica de Martínez Arenas y de Almarcha, que le pone las 425 pesetas, consigue publicar su primer libro Peritos en Lunas, en la colección Sudeste del diario La Verdad de Murcia, gracias al entusiasmo de Raimundo de los Reyes; precisamente cuando el poeta va a corregir las pruebas a casa de Raimundo, en Murcia, se encontrará con Federico García Lorca, que estaba de gira con su compañía teatral.

Por fin el libro de Hernández ve la luz el 20 de enero de 1933, una obra que le dará alas, y que ya será una carta segura de presentación en los círculos literarios. García Lorca, más tarde, le escribirá: “Mi querido Miguel: no te olvidado. Pero vivo mucho y la pluma de las cartas se me va de las manos. Me acuerdo mucho de ti porque sé que sufres con esas gentes puercas que te rodean, y me apeno de ver tu fuerza vital y luminosa encerrada en el corral y dándote topetazos por las paredes…Tú libro es fuerte, tiene mucha cosas de interés y revela a los buenos ojos pasión de hombre, pero no tienes más cojones, como tú dices, que los de casi todos los poetas consagrados…No se merece Perito en lunas ese silencio estúpido, no. Merece la atención y el estimulo y el amor de los buenos”.

El punto de mira de Miguel sigue estando en Madrid y el poeta no cesa en su nueva creación de poemas y busca el éxito más rápido escribiendo obras dramáticas de teatro. A mitad de Marzo de 1934 de nuevo se presenta en la capital, y con la influencia de su amigo Juan Guerrero Ruiz, consigue una cita con José Bergamín, el director de la revista Cruz y Raya, al que le gusta su obra inacabada La danzarina bíblica y además de prometerle la publicación le anticipa 200 pesetas por los derechos de autor. El poeta regresa muy contento a Orihuela, con la pretensión de terminar el tercer acto de la obra.

Y muy pronto levanta el vuelo, en 1935, en su tercer viaje a Madrid, gracias a Raimundo de los Reyes, y después de entrevistarse con José María de Cossío, logra por fin un salario fijo de 40 duros, escribiendo biografías de toreros para la famosa Enciclopedia taurina, mientras prepara su segundo libro de poemas El rayo que no cesa, con el que definitivamente triunfará. Miguel ya ha conocido a Pablo Neruda y a Vicente Aleixandre que serán sus valedores y le harán cambiar su concepción poética.

En su devenir irónico como un sino, por ser un hombre confiado que creía en el hombre, le perseguía el infortunio; una tarde al salir del trabajo y pasear por los cerros de La Moncloa, la Benemérita le detuvo por sospechoso y al no llevar célula pasó la noche en los calabozos, los guardias no se creyeron que trabajará en Espasa Calpe; en otra ocasión lo vuelve a detener la guardia civil en San Fernando del Jarama, de nuevo no lleva documentación, el poeta les contesta sonriendo que está allí por gusto y la sonrisa le disgusta a los guardias que lo llevan al cuartel y le dan bofetadas, le quitan las llaves de su casa y le llaman ladrón, hasta que dejaron que llamará a Pablo Neruda, cónsul de Chile, y lo sueltan sin darle explicación alguna.

La vida transcurre de forma vertiginosa para el joven poeta que creyó en su propio sueño, y que abandonó el trabajo de cabrero y que ya ahora en 1936 comienza a saborear las mieles del triunfo; ya que después de la “Elegía” a Ramón Sijé; le escribe Gregorio Marañón y se pone a su servicio; Ortega y Gasset le invita a escribir en Revista de Occidente y Juan Ramón Jiménez, al ver esa publicación, escribe en el diario El Sol: “Verdad contra mentira, honradez contra venganza. En el último número de la Revista de Occidente publica Miguel Hernández, el extraordinario muchacho de Orihuela, una loca elejía a la muerte de su Ramón Sijé y 6 sonetos desconcertantes. Todos los amigos de la “poesía pura” deben de buscar y leer estos textos poemas vivos…Que no se pierda en lo rolaco, lo “católico” y lo palúdico…esta voz, este acento, este aliento joven de España”.


La guerra

Sin embargo a Miguel no le da tiempo a saborear su triunfo poético, al estallar la Guerra Civil y romper el mapa de España en dos bandos irreconciliables, el poeta muy pronto toma partido y se alista en el 5º Regimiento, formado por comunistas. Y muy pronto pone su pluma como periodista y su poesía al servicio de la defensa de la República, en los frentes de Teruel, Andalucía y Extremadura.

Después de perdida la contienda, con Miguel ya en el bando de los derrotados, aún sigue confiado y regresa a su pueblo, aunque el sabe que no ha matado a nadie y que no tiene que temer, le convencen para que se exilie y marcha a Portugal, y muy pronto lo detienen en el puesto fronterizo y lo entregan en Rosal de la Frontera el 29 de abril, en Huelva, a la policía española. El primer calvario de cárceles de Miguel Hernández que comienza en Huelva y Sevilla, hasta llegar a Madrid, termina el 15 de septiembre de 1939, gracias a un indulto.

El poeta, ya libre, es tanta las ganas que tiene de ver a su familia que no escucha los consejos que le dan de que no vuelva a ir a Orihuela. Y una vez ahí es reconocido y detenido y lo conducen a los sótanos del Seminario, ahora cárcel improvisada. Ahí, viendo la sierra que lo había visto nacer, el poeta ni por asomo pensaba en su segundo circuito de cárceles: de nuevo lo trasladan a la de la plaza de Conde Toreno el 3 diciembre, después a la de Palencia, y otra vez Madrid el 24 de noviembre de 1940; y así a la de Ocaña y Albacete, hasta llegar por fin el 29 de junio de 1941 al Reformatorio de Adultos de Alicante, en donde unas semanas más tarde podrá ver, después de tanto tiempo, a su mujer y a su hijo. En noviembre de 1941 ya entró en la enfermería enfermo de tuberculosis y ahí lo dejaron morir.

A Miguel, después de las heridas del amor y de la vida, le llegaba la de la muerte un 28 de marzo de 1942. El poeta, ya había escrito: “Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo, /van por la tenebrosa vía de los juzgados:/buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen, /lo absorben, se lo tragan”.






601. Francisco Largo Caballero, in memoriam

Francisco Largo Caballero
(Madrid, 15 de octubre de 1869 – París, 23 de marzo de 1946)

 

El Frente Popular - Discurso en la campaña electoral de 1936

"Tenemos que unirnos contra la clase burguesa.

Nos dicen que hay que defender la Patria, pero para ello se necesita un proletariado sano. El verdadero patriotismo está en desarrollar la economía y la industria nacional, no en provecho de una minoría, sino en provecho de la colectividad.

Por encima de críticas y de todo, hemos de unirnos contra la clase reaccionaria, y aunque en ciertos momentos nos unamos a otros elementos, sin renunciar a nuestra independencia política, como en las luchas del día 16, que se presenta en dos frentes; de un lado, la reacción (…), y del otro, los que quieren contener a esa reacción.

Comunistas y socialistas, unidos a los republicanos, hemos firmado un pacto que no nos satisface, pero, a pesar de ello, hemos de cumplirlo todos, y el día 16 a votar, pase lo que pase en el acoplamiento de candidatos y vaya quien vaya en las candidaturas.

Indudablemente, después, hemos de seguir nuestro camino. Pero, ¿qué sucedería si triunfasen las derechas?

Las derechas me acusan de que yo preparo la guerra civil. Yo tengo que decir aquí que cuando yo he dicho que hay que responder con la guerra civil es contestando a sus amenazas de pasquines y prensa que dicen que van a exterminar el marxismo, (…). Todo esto lo hacen para atemorizar a la clase media, presentándonos como salvajes, porque decimos la verdad respondiendo a esas gentes y les advertimos que no hablamos por hablar, sino que cumplimos nuestra palabra.

En el Parlamento, puestos en jarras, nos decían: ¿Por qué no la hacéis mañana?, creyendo que era sólo palabrería. Pero hemos demostrado que no somos como ellos; que si se atreven a poner en práctica sus propósitos, les cerraríamos una vez más el paso, puesto que necesitan para sus manejos fascistas a la clase obrera, y ésta, a pesar del soborno, no la conseguirán si algunos elementos no realizan una doble traición.

Pero si desde las alturas, a pesar de todo, se realizase una nueva traición, no será al rescate de la República sólo a lo que habrá que ir, sino a algo más”


Francisco Largo Caballero
Mundo Obrero, 3 de febrero de 1936









600. Sanguinario Mussolini

Soldados republicanos posan victoriosos ante un CV33 capturado en la Batalla de Guadalajara



Ven a Guadalajara, dictador de cadenas,

carcelaria mandíbula de canto:
verás la retirada miedosa de tu hienas,
verás el apogeo del espanto.


Rumorosa provincia de colmenas,
la patria del panal estremecido,
la dulce Alcarria, amarga como el llanto,
amarga te ha sabido.

Ven y verás, mortífero bandido,
ruedas de tus cañones,
banderas de tu ejército, carne de tus soldados,
huesos de tus legiones,
trajes y corazones destrozados.

Una extensión de muertos humeantes:
muertos que humean ante la colina,
muertos bajo la nieve,
muertos sobre los páramos gigantes,
muertos junto a la encina,
muertos dentro del agua que les llueve.

Sangre que no se mueve
de convertida en hielo.
Vuela sin pluma un ala numerosa,
rojo y audaz, que abarca todo el cielo
y abre a cada italiano la explosión de una fosa.

Un titánico vuelo
de aeroplanos de España
te vence, te tritura,
ansiosa telaraña,
con su majestuosa dentadura.

Ven y verás sobre la gleba oscura
alzarse como un fósforo glorioso,
sobreponerse al hambre, levantarse del barro,
desprenderse del barro con emoción y brío
vívidas esculturas sin reposo,
españoles del bronce más bizarro,
con el cabello blanco de rocío.

Los verás rebelarse contra el frío,
de no beber la boca dilatada,
mas vencida la sed con la sonrisa:
de no dormir extensa la mirada,
y destrozada a tiros la camisa.

Manda plomo y acero
en grandes emisiones combativas,
con esa voluntad de carnicero
digna de que la entierren las más sucias salivas.

Agota las riquezas italianas,
la cantidad preciosa de sus seres,
deja exhaustas sus minas, sin nadie sus ventanas,
desiertos sus arados y mudos sus talleres.

Enviuda y desangra sus mujeres:
nada podrás contra este pueblo mío,
tan sólido y tan alto de cabeza,
que hasta sobre la muerte mueve su poderío,
que hasta del junco saca fortaleza.

Pueblo de Italia, un hombre te destroza:
repudia su dictamen con un gesto infinito.
Sangre unánime viertes que ni roza,
ni da en su corazón de teatro y granito.
Tus muertos callan clamorosamente
y te indican un grito
liberador, valiente.

Dictador de patíbulos, morirás bajo el diente
de tu pueblo y de miles.
Ya tus mismos cañones van contra tus soldados,
y alargan hacia ti su hierro los fusiles
que contra España tienes vomitados.

Tus muertos a escupirnos se levanten:
a escupirnos el alma se levanten los nuestros
de no lograr que nuestros vivos canten
la destrucción de tantos eslabones siniestros.


Miguel Hernández
Viento del Pueblo, 
1937







599. Frases del egoismo humano



Permitidme —en lo que haya de egola­tría me acojo a vuestra benevolente dis­pensa— que dibuje una estampa por la cual se vea cómo me puse, por primera vez, en relación con las luchas sociales. Pertenecía yo en Oviedo a una familia de clase media que, por desventuras que no son del caso, se vio lanzada hasta la Bil­bao que por entonces empezaba a trans­formarse en gran urbe. Llegué a Bilbao en enero de 1891. Aún recuerdo —y lo he evocado antes de ahora— el dolor que me produjeron los arcos voltaicos de la luz eléctrica hasta entonces  desconocida para mí. Mis ojos enfermos repelían aque­lla intensísima luminosidad. La familia, con restos, que todavía no eran harapos, de sus vestimentas de clase media, fue a radicar al barrio más intensamente obre­ro de la villa. Alguna vez contaré lo que son las entrañas de un barrio obrero en una urbe industrial en formación. El 31 de mayo de 1891, cumplidos recientemen­te mis ocho años —recuerdo la jornada en todos sus detalles—, después de desfi­lar la cabalgata cascabelera del circo con la banda de música, los «clowns», los gim­nastas, las «ecuyéres» y, presidiendo el cortejo, el aeronauta, que era entonces ídolo de las multitudes, a poco de apagarse los ecos de la música jubilosa, esta­lló en el barrio la tragedia. Celebrábase en el Teatro Romea, después Casa del Pueblo, un mitin con motivo de un pe­queño paro de panaderos.Todavía Bilbao permanecía agitada por la gran huelga de 1890, huelga de mineros,la primera gran huelga en España, la huelga que re­solvió justicieramente con un bando el entonces capitán general de las Provincias Vascongadas, general Loma, marqués de Oria, suprimiendo militarmente los barra­cones y las cantinas obligatorios, zahúr­das miserables donde los obreros de las minas se veían forzados a albergarse, y su­cias cantinas donde se les sometía a una alimentación antihigiénica, pues hacia los Montes de Triano iban los garbanzos con gorgojo, el tocino agusanado y las alubias podridas. ¡Ah!, pero este es un detalle que formará parte de la urdimbre de mi oración. Aquella huelga de 1890 no había sido declarada contra la gran burguesía, contra el capitalismo. El capitalismo viz­caíno se contentaba con convertir en el oro de las libras esterlinas el hierro de las montañas de Vizcaya, logrando fabulosas ganancias. La huelga se hizo contra los capataces y contratistas que, amparados por los propietarios de las minas, concluían de esquilmar a los obreros. Os pido atención a este detalle, porque el «leitmotif» de mi disertación lo va a cons­tituir, si la palabra se acomoda al pensa­miento, al realce no para alabanzasino para reconocimiento de su indestructible existencia, del egoísmo humano, factor que no deberá ser olvidado en todas las aspiraciones sociales. La huelga fue con­tra obreros que explotaban a sus camaradas. Explotaciones, también inhuma­nas, en la urbe que crecía, y cuya pobla­ción aumentada con ritmo más acelerado que el de la construcción, corrían en aquel centro de miseria, a cargo de obreros que explotaban a otros obreros al subarren­darles  habitaciones, logrando cantidades superiores a las que pagaban al propieta­rio del inmueble. Entre mis oyentes hay un número considerable de trabajadores del campo, los cuales saben mejor que yo hasta dónde la usura, la insolidaridad, el afán inicuo de explotación prenden tam­bién en campesinos para estrujar a cama-radas mediante los subarriendos agríco­las. No es la burguesía —desechemos tan extraordinaria simpleza— el único obs­táculo al bienestar. El obstáculo conside­rable es el egoísmo humano, que anida en todos los pechos, incluso en el de los humildes, que dejan  de serlo cuando las circunstancias les hacen subir en la vida un peldaño más; en todos. Sobre la in­destructibilidad de ese sentimiento he de basarme yo para disertar ante vosotros. El mundo está compuesto de hombres, no de santos. Además, la mayor parte de los santos fueron antes pecadores, acogiéndose muchos al ascetismo, para ganar la  canonización, cuando se les derrumbaron las energías físicas, derrumbe que suele llevar consigo grandes desfallecimientos espirituales. Antes fueron hombres como los demás. por tanto, serán ilusos los propagandistas y dementes los gobernantes, que, al pretender la transformación de la sociedad, olviden que ésta se compone de hombres y que la mayoría de los hombres no saben arrancarse voluntariamente del pecho el egoísmo. 

Indalecio Prieto, Confesiones y rectificaciones 
Discurso en el Círculo Pablo Iglesias de México. 1 de mayo de 1942