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12. Las maestras de la República - 2ª Parte

Veneranda Manzano con un grupo de alumnas



El papel de las maestras y los maestros

El proyecto de que la educación y la cultura llegaran a los rincones más remotos de España era para el gobierno republicano la vía para construir una verdadera democracia. “España no será una auténtica democracia mientras la mayoría de sus hijos, por falta de escuelas, se vean condenados a perpetua ignorancia” rezaba el Decreto que disponía la creación de 7.000 plazas de maestros y de maestras en 1931. Educación y democracia iban de la mano y el corazón de la formación en valores cívicos de los niños y de las niñas y de la erradicación del analfabetismo en las zonas urbanas y rurales era la enseñanza primaria.

La política educativa de la República, si bien abarcó el conjunto del sistema educativo, se centró en la reforma y la mejora del magisterio. Los estudios de magisterio adquirieron categoría universitaria. Los futuros maestros y maestras, que debían tener estudios de bachillerato, se formaban conjuntamente en la universidad en la que aprendían la pedagogía moderna. La mejora de las retribuciones contribuyó asimismo a dignificar la profesión.

En este proyecto de educación de la ciudadanía las maestras republicanas ocupaban un lugar destacado. Eran las encargadas de educar en los valores de libertad, igualdad y solidaridad a los niños y a las niñas que estudiaban en las escuelas mixtas recién implantadas, o en las escuelas de niñas. Además, su misma presencia era un ejemplo instructivo, especialmente para las niñas, ya que encarnaban un modelo de mujer moderna e independiente.

La profesión de maestra era uno de los pocos ámbitos laborales y culturales en el que las mujeres habían ido conquistando, desde el siglo XIX, un terreno de afirmación, reconocimiento y legitimación en el espacio público.

En la España de las primeras décadas del siglo XX muchas maestras se sintieron atraídas por las corrientes de renovación pedagógica, participaron en organizaciones femeninas y feministas que luchaban por la reforma social y la igualdad de derechos de la mujer, y formaron parte de partidos políticos y de sindicatos.

A principios de los años 30, la II República contó con numerosas maestras (y maestros) identificadas con las ideas de laicismo, libertad de pensamiento y de cátedra, promoción de la libertad individual, que, en las aulas, utilizaban la experimentación y los métodos participativos de aprendizaje, trabajaban al aire libre, hacían excursiones y fomentaban la educación física, de alumnos y de alumnas.

Un campo de actuación propio de las maestras republicanas fue reivindicar prácticas educativas renovadoras y su aplicación en los centros docentes, al mismo tiempo que, se ocuparon, como eslabones de una larga cadena, de proporcionar una mirada no androcéntrica sobre los principios pedagógicos innovadores.

Participaron asimismo en la amplia variedad de actividades educativas y culturales desplegadas por la República: las escuelas nocturnas para trabajadoras adultas, las Misiones Pedagógicas, las bibliotecas populares, las colonias y las cantinas escolares. Eran mujeres comprometidas políticamente, que, gracias a su experiencia en el dominio del lenguaje y de la oratoria, se atrevían a ocupar el espacio público, por lo que desempeñaron un papel importante en las campañas políticas.

Ellas defendieron y practicaron la coeducación, aunque fuera en fechas tan tardías como 1937; iniciaron la enseñanza de temas de educación sexual, acompañadas, en ocasiones, de la explicación de métodos anticonceptivos, en un intento de formar a las alumnas en la libertad y la responsabilidad; e introdujeron el laicismo en su vertiente de tolerancia y respeto a todas las creencias. Prácticas educativas que serían, en definitiva, motivo de sanción y de condena a partir del triunfo del nacional catolicismo.


La situación de la escuela rural en las primeras décadas del siglo XX

En las primeras décadas del siglo XX la escuela rural sufría un abandono muy importante. En medio de este panorama tan desolador, las Misiones Pedagógicas representaron un medio importante de dinamización y desarrollo de las escuelas de los pueblos y aldeas. A las dificultades materiales se unían el absentismo escolar, consecuencia de la mano de obra infantil en las faenas agrícolas o manufacturación de productos, para aumentar la cuota pecuniaria de las familias más necesitadas.

En el caso de las niñas la situación se agravaba. No se creía necesario que la mujer obtuviese mayor instrucción y formación que la relacionada con las tareas del hogar. De esta manera muchas niñas no lograron continuidad en sus estudios, por lo que no obtuvieron una educación total. Se convertían en analfabetas completas o analfabetas funcionales.

Al lado de la lucha contra el analfabetismo y el incremento de la escolarización, la evolución de la escuela rural durante el periodo republicano no puede obviar el debate sobre el modelo escolar y la propia identidad de la escuela rural. Era necesario llenar los nuevos edificios con una actividad educativa adecuada a las necesidades de la población rural: clases nocturnas, actividades culturales, biblioteca y museo pedagógicos, etc. Ante el dilema escuela rural-escuela urbana, pedagogas y pedagogos republicanos propusieron una escuela “más” rural en el sentido de una escuela arraigada en el entorno y adecuada a las necesidades del medio rural. Se trataba de llevar a cabo un proyecto pedagógico de gran amplitud: mejorar la escuela con la finalidad de mejorar el pueblo o la aldea.

La labor de las maestras rurales se desarrollaba normalmente bajo condiciones penosas. Las maestras que habían sido formadas en las Escuelas Normales de las ciudades se encontraban con una total falta de medios y se veían forzadas a buscar recursos con imaginación y creatividad. Muchachas pertenecientes en su mayoría a las clases medias, acostumbradas a disponer de luz eléctrica y cuarto de baño en sus hogares, y a leer periódicos o ir al cine, se encontraban sin todo esto al llegar a su destino de trabajo.

Por otra parte, los locales de las escuelas se encontraban, en su mayoría, en condiciones lamentables; algunos, dadas las circunstancias, consistían en cuevas abiertas en los montes.

Además, el material didáctico era deplorable y para colmo de la maestra, en ocasiones, salía a recibirla una comisión de vecinos para exponer a su recién llegada que las lecciones impartidas a las niñas debían limitarse a la lectura, la escritura y la costura.

Es importante señalar que aunque se tratase de mujeres instruidas y con un alto nivel de formación, no siempre podían ascender a puestos más prestigiosos por méritos propios. Así muchas veces tenían que aceptar el puesto de trabajo a cientos de kilómetros de su hogar.

Las jóvenes se hundían durante años en localidades muy apartadas que solían estar muy mal comunicadas. Algunas estaban tan lejos de su hogar que sólo podían volver a este en vacaciones estivales. Las maestras rurales sufrían las peores condiciones. Sus sueldos eran exiguos en comparación con otros profesionales del Estado, aunque experimentaron un aumento a lo largo de la República; además, desde el 1 de julio de 1931, la jornada laboral se había establecido en ocho horas.

En 1931 la retribución media de una maestra era de tres mil ciento sesenta y dos pesetas anuales, aunque el 76% del total cobraba tres mil o menos. Para 1935 el sueldo medio era ya de tres mil seiscientas ochenta y dos pesetas y tan sólo el 53% cobraba tres mil o menos.


La represión de las maestras republicanas

El 1 de abril de 1939 se decreta el final de la Guerra y a partir de estos momentos comienza una brutal persecución a los desafectos y desafectas al régimen que desde entonces se impondría a una población cansada, abatida y tremendamente herida. La depuración de "rojos y rojas" no fue fruto de la victoria, ya en la misma declaración de guerra, el 15 de agosto de 1936 el General Mola anunció: "todo esto se ha de pagar  y se pagará muy caro. La vida de los reos será poco. Les aviso con tiempo y con nobleza: no quiero que se llamen a engaño". Y despide el bando de la siguiente manera: "En resumen: ni rendición, ni abrazos de Vergara, ni pactos del Zanjón, ni nada que no sea victoria aplastante y definitiva.”

Estas declaraciones de intenciones se van a ver plasmadas en sucesivas normativas que dice, tienen el objetivo de “castigar al desafecto, intimidar al indeciso y premiar al partidario”. Así pues el punto de partida será la “Orden de 10 de noviembre de 1936, una circular de 7 de diciembre de 1936 y otra orden de 17 de febrero de 1937”.

Respecto al Magisterio Español, la normativa depurativa se resume en la orden de 18 de marzo de 1939, en líneas generales el procedimiento seguido nos lo describe Pura Sánchez de la siguiente manera: Primero, se separaba del servicio a la totalidad del profesorado; quienes quisieran reingresar tenían que presentar una instancia manifestando su voluntad de continuar en el ejercicio de la docencia y una declaración jurada en la que se contestaba a una serie de cuestiones relacionadas con las actitudes profesionales y políticas tenidas; recibida la instancia, la comisión depuradora abría expediente y pedía informe de cada profesor y de cada profesora a la Guardia Civil, al alcalde, al cura y a un representante de los padres de la localidad; con toda la información recibida, la comisión podía sobreseer el caso o, si encontraba elementos sancionables, formular por escrito los cargos que creyera convenientes. La persona interesada disponía de diez días para contestar por escrito a los cargos, presentando la documentación que pudiera desvirtuarlos. La comisión valoraba de nuevo el expediente con el pliego de descargo recibido y proponía una resolución. El expediente completo era remitido a la comisión nacional, que volvía a examinarlo y hacía una propuesta de resolución que era elevada a las altas esferas ministeriales para la decisión final que se comunicaba a la Comisión Superior Dictaminadora, quien, a su vez, remitía las resoluciones a los presidentes de las comisiones provinciales para su publicación en el boletín oficial de la provincia. Sólo a partir de marzo de 1938, al crearse la Oficina Técnico-Administrativa, fue posible recurrir pidiendo la revisión de un expediente sancionador en un procedimiento que resultaba bastante lento y, con frecuencia, ineficaz.

Los cargos considerados más graves eran la pertenencia a partidos de izquierda o a la masonería, la irreligiosidad o la conducta privada inmoral y haber aplicado planteamientos pedagógicos renovadores.

En esta represión de conductas, las maestras republicanas fueron objeto de un severo correctivo porque habían dado suficiente prueba de su adhesión al régimen que les había concedido la ciudadanía como para que el Nuevo Régimen no se detuviera en examinarlas con especial cuidado. A ellas se les imputaron cargos específicamente femeninos: ver a una maestra “libre y atrevida” era, sin duda, causa de sanción. Por ello, al igual que sus compañeros, fueron castigadas por su militancia política, sindical o cultural, pero sobre todo por sus osadas conductas personales (casadas por lo civil, divorciadas, madres solteras, “amancebadas”…), por su escasa o nula religiosidad y por haber introducido el laicismo y la coeducación en las aulas, prácticas que, en su caso tenían una connotación peyorativa especial ya que cuestionaban la tradicional religiosidad femenina.

El resultado de todo ello, nos lo sigue contando Mª Carmen Agulló, cuando nos refiere que algunas fueron condenadas incluso durante más tiempo por el que fueron encarceladas, alguna llegó a morir en la cárcel como Carmen Orozco. Las hubo fusiladas o en términos de la época “paseadas”, incluso ejecutadas al poco de iniciarse la guerra. Otras muchas debieron exiliarse normalmente a Hispanoamérica, donde ejercieron como maestras contribuyendo a la modernización de la educación en estos países, aunque normalmente se dedicaron a otros trabajos.

Se derogó el artículo 48 de la Constitución de 1931 que establecía:

El servicio de la cultura es atribución esencial del Estado, y lo prestará mediante las instituciones educativas enlazadas por el sistema de la escuela unificada. 

La enseñanza primaria será gratuita y obligatoria. Los maestros, profesores y catedráticos de la enseñanza oficial son funcionarios públicos. La libertad de cátedra queda reconocida y garantizada. La República legislará en el sentido de facilitar a los españoles económicamente aptitud y la vocación.

La enseñanza será laica, hará del trabajo el eje de su actividad metodológica y se inspirará en ideales de solidaridad humana. Se reconoce a las Iglesias el derecho, sujeto a inspección del Estado, de enseñar sus respectivas doctrinas en sus propios establecimientos.


Fuente:  Esta  Unidad didáctica se ha realizado de manera conjunta maestras de FECCOO, FETE-UGT y STESi, con la Colaboración del Instituto de la mujer.

SINDICADAS:http://www.sindicadas.es/pdfs/UnidadMaestrasB.pdf







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